Quizás varias de las cosas que más nos preocupan a los padres y profesores es que los niños crezcan con una buena autoestima, sean personas asertivas y respeten a los demás, sean felices, buenas personas, queridos y aceptados socialmente. Pero claro, todos sabemos que todo esto no se consigue de forma rápida con una fórmula mágica o un método concreto, sino que la educación de nuestros hijos y alumnos es algo que se va construyendo cada día en cada detalle que la vida nos va ofreciendo.
Por ello, como afirma Álvaro Bilbao en su libro “El cerebro del niño explicado a los padres” tenemos que tener en cuenta que los niños desarrollan una parte importante de sus habilidades intelectuales y emocionales a través de la observación y la imitación. El cerebro dispone de un circuito de neuronas cuyo principal fin es aprender a través de la observación, estás son las conocidas “neuronas espejo”.
Así pues, la primera lección en el proceso de promover conductas adecuadas es ofrecerles buenos modelos que el niño pueda imitar. Por ejemplo, si para tí es importante que tu hijo sea una persona sincera, sé sincero con él y con las demás personas o si para tí es importante que tenga una dieta saludable sé tú el primero que sigue esa dieta saludable y no te atiborres delante de él a dulces. Esto no implica que debas mostrarte perfecto, porque ni tú ni nadie lo somos.
Por otro lado, algunos estudios y/o metodologías no tienen tan claro las virtudes de los elogios o refuerzos positivos en exceso. ¿Te habías planteado que elogiar constantemente suele generar inseguridad en los niños, búsqueda de aprobación constante y el sentimiento de que solo hacen las cosas bien cuando se les elogia? Elogiar o reforzar es un acto natural que a los adultos nos sale solo cuando nuestros hijos o alumnos realizan algo bien, pero que no deberíamos usarlo en exceso como nos señala el autor citado anteriormente “los extremos suelen ser perjudiciales y, lógicamente, reforzar a los niños a todas horas puede ser negativo para su autoestima. Ya que, si reforzamos cada cosa que hace bien, puede acabar viviendo demasiado pendiente de la valoración de los demás.”
Esta cuestión se trabaja de forma concreta con los alumnos/as en nuestros colegios La Salle, cuando por ejemplo, estamos llevando a cabo los interniveles en la etapa de educación infantil, y ponemos en práctica los principios del programa CREA ( programa cuyo fin es estimular la inteligencia creativa y lateral), uno de estos principios es el llamado: “Aplazamiento del juicio”; a partir de este principio, les explicamos que no tienen que decir a sus compañeros/as si les gusta o no les gusta el dibujo o manualidad/trabajo que han hecho, sino que intenten decirles otras frases tipo: ¡Te has esforzado mucho! ¡Buen trabajo! o ¿Cómo hiciste esto?” Nosotras como profes lo llevamos a cabo e intentamos motivarlos hacia la propia autoevaluación, mostrándoles que lo importante es el proceso, y no el resultado. Los niños necesitan que profundicemos más y mostremos interés en sus trabajos. Por ello, les decimos frases tales como: “¡Vaya! Todo esto lo hiciste tú solo”, “¿Cuál es tu parte favorita?”o “Veo que has usado mucho la pintura azul”. Es una práctica difícil, ya que el elogio está muy arraigado en nosotros, pero trabajándolo desde edades tempranas están aprendiendo que hay más alternativas al “qué bonito”.
Por ello, los adultos debemos ser modelos de este tipo de prácticas para que ellos mismos valoren su esfuerzo realizado, tengan su propia opinión y no dependan de la aprobación de los demás como algo sistemático.
Dicho esto, debemos afirmar que los refuerzos aplicados en el momento adecuado y con la frecuencia adecuada son claves en la educación y que un “muy bien” o “eso que has hecho está genial” por su puesto también son válidos para reforzar esas normas o comportamientos positivos que vemos en ellos, pero siempre en su justa medida.
Otro aspecto que no es baladí y que hay que tener en cuenta, como bien nos señala Álvaro Bilbao, es la importancia de elegir el tipo de refuerzos o recompensas. Deberíamos evitar las recompensas materiales o con comida. Aunque pueda parecernos lo contrario, los refuerzos materiales son menos gratificantes y, en consecuencia, menos efectivos que los refuerzos emocionales.
Respecto a la comida como refuerzo, está muy normalizado dar una chuchería o dulce a modo de recompensa. Dicho autor también nos señala que “debemos tener cuidado con esta práctica, ya que cuando crezca y quiera sentirse satisfecho, su cerebro demandará un dulce o algún otro producto que sacie su dependencia del azúcar que le hemos generado.” Por tanto, nos recomienda reforzar con recompensas sociales, que son más eficaces tales como:
- Pasar tiempo jugando a lo que el niño quiera.
- Darle una responsabilidad (llevar las llaves).
- Darle las gracias.
- Felicitarle.
- Darle un privilegio (elegir la cena).
- Decirle que lo ha hecho bien.
En definitiva, en muchas ocasiones “no digas nada” no hace falta elogiar cada pequeña acción, es suficiente con sentarse y observar como en la mayoría de las ocasiones su propia satisfacción será su mejor refuerzo.
Recuerda que el mejor momento para reforzar de una forma más activa es cuando estés enseñando una nueva habilidad o cuando haya hecho un progreso (aunque sea pequeño) en un comportamiento concreto. Y lo más importante de todo, refuerza a tu hijo/a con mucho mucho cariño y tiempo de calidad, dejando de un lado las recompensas materiales y la comida.
Post escrito por el Equipo de Infantil de La Salle Talavera
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